A nadie se le escapa que estamos viviendo unos momentos de vértigo en los que, día tras día, nos despertamos sobresaltados con una mezcla de temor e incertidumbre sobre cuál será la sorpresa, no ya del viernes -como anunciara el presidente Rajoy-, sino del día. Cuando no es el nivel de deuda, son los tipos de interés; cuando no es la prima de riesgo, es un nuevo agujero presupuestario. Basten dos ejemplos para darnos cuenta de lo esquizofrénico de la situación, donde nada funciona con la racionalidad que se le supone a los mercados.
Tras el reciente rescate a la banca española por importe de 100.000 millones de euros, el presidente Rajoy se afanaba en anunciar una pronta bajada de la prima de riesgo. Sin embargo, para desconsuelo de todos, sucedió lo contrario, y la prima de riesgo escaló a posiciones nunca vistas hasta entonces. En este mismo sentido, antes de celebrarse las elecciones griegas, desde las tribunas mediáticas se presagiaban las mayores tormentas si los griegos votaban por opciones radicales. España -nos decían-, se juega mucho en las elecciones griegas. Acabamos de conocer que la candidatura conservadora es la que mayor número de apoyos ha recibido, por lo que la prima se debería relajar, dada la disposición del partido ganador a no cuestionar los términos del rescate griego y garantizar y respetar los acuerdos con los acreedores internacionales. Sin embargo, a pesar de estos resultados, la prima de riesgo española alcanzó (lunes 18 de junio a las 15 horas) su máximo histórico, al llegar a los 589 puntos. ¿Es que los mercados son irracionales? Veamos lo que hay tras estos episodios.
En mi opinión, tras estos episodios se esconde un objetivo oculto y dos grandes mentiras. La primera gran mentira es que el déficit y la deuda pública son los causantes de todos los males de nuestra economía. No hay mucho espacio en este artículo para desmontar la total falta de rigor de esta afirmación, pero baste decir que en 2007 el superávit de las administraciones públicas alcanzó los 23.368 millones, cifra que representaba un 2,23% del PIB. Fueron unos extraordinarios datos y permitieron reducir la deuda pública al 36,2% del PIB, su nivel más bajo de los últimos 25 años. Estas cifras demuestran que al comienzo de la crisis las finanzas públicas estaban más que saneadas, por lo que no habría que insistir en medidas que únicamente apuntaran al sector público. El problema, o al menos uno de los problemas, hay que localizarlo en el abultado importe de deuda privada (familias y empresas, pero sobre todo bancos y cajas de ahorro), consecuencia del crédito fácil y sin control, que a finales de 2011 ascendía al 250% del PIB, habiendo experimentado crecimientos superiores al del PIB en los años previos a la explosión de la burbuja inmobiliaria.
La segunda gran mentira, heredera de la anterior, es que los ajustes y la política de austeridad nos sacaran de la crisis. Esta receta, ni funcionó en los años de la Gran Depresión (ver con mayor detalle La economía del miedo de Joaquín Estefanía, edit Círculo de lectores, 2011), ni está funcionando ahora. Con relación a la Gran Crisis del 29, no hay que olvidar que fueron los estímulos públicos los que posibilitaron la recuperación económica mediante un ambicioso programa de inversión pública apoyado en una política monetaria que suministraba liquidez a las finanzas públicas. Si alguien piensa que la crisis económica pasa factura a todos los gobernantes, que mire a los Estados Unidos de los pasados años treinta, donde Franklin Roosevelt ganó cuatro elecciones presidenciales consecutivas apoyándose en las medidas de estímulo a la economía. Roosevelt aprendió de Keynes que es absurdo suponer que se puede estimular la actividad económica dejando caer el gasto. En la situación actual, los ajustes presupuestarios y los recortes de gasto público no van al origen del problema, sino que lo agravan y tienen otra finalidad. Es la agenda oculta.
Y esa agenda oculta esconde un guion perfectamente diseñado desde hace varios años por la gran banca y los poderes financieros internacionales, uno de cuyos brazos más activos lo constituyen los planes de pensiones privados. Efectivamente, el objetivo es el control por las entidades privadas de aseguramiento de los ingentes recursos que suponen las pensiones públicas administradas por la Seguridad Social. Para ello se valen de todo tipo de artimañas. Desde la creación de un clima de confusión e incertidumbre con respecto a la viabilidad del sistema público de pensiones (retrasos en la edad de jubilación, rebajas en las cuantías, etcétera), hasta una bien diseñada política de promoción de los planes privados de pensiones mediante la concesión de enormes ventajas fiscales. Pero lo más deleznable lo encontramos en la letra pequeña del recientemente aprobado plan de rescate de la banca española. Me explico.
A pesar de las torpes explicaciones ofrecidas por el equipo económico del Gobierno, hoy sabemos que los 100.000 millones de euros del rescate computan como deuda de primer nivel. Quiere esto decir que tiene prioridad absoluta frente a cualquier otra deuda que tenga contraída el Estado, incluidos los compromisos por pensiones. Esto explica que, al contrario de lo que suponía el ministro De Guindos, la prima de riesgo no bajara, sino que subiera tras la aprobación del rescate. Y subió porque los acreedores internacionales saben que su deuda se coloca tras los 100.000 millones del rescate, por lo que exigen mayores intereses al Estado español. Y, lógicamente, cuando haya que atender el pago de los 100.000 millones (así como de sus intereses), habrá menos recursos para cumplir con los compromisos por pensiones.
Convendría, por tanto, que se explicara en cuantos foros fuera necesario las consecuencias de esta oscura operación. De no hacerlo de esta manera, seguiremos pensando que hay una agenda oculta que encierra un siniestro guión sustentado en grandes mentiras. Nos merecemos otro trato.
Pablo Archel Domench, Profesor de Economía Financiera y Contabilidad